Wednesday, September 30, 2009

Poema de Edgardo Sanabria Santaliz para Teo

A Teodora (In memoriam)

Emperatriz, reina, princesa
de vida corta
pues demasiado engordas y te falla
el corazón:
lorquianamente, de muerte te corneó
el toro al enfrentarlo en el ruedo
no a las cinco en punto de la tarde
sino cuando esa misma campanada del reloj
resonó en la madrugada como gallo de cresta sangrante
y por la herida de la boca se te escapó el aliento mezclado con un último gemido
-lenguaje de los perros para tantas cosas,
incluso para decir adiós-
quedándote tan quieta como una proyección plana obtenida con una dieciochesca cámara oscura:
pero, de ahí a la luz
del estrellato, de la gloria, de la intemporalidad
donde ahora corres y ladras sobre adoquines de nubes
contenta, dichosa, tan feliz, porque, Teodora, al igual que en la Tierra,
todos, en el cielo de los perros, te adoran.


Sunday, September 27, 2009

Teodora en el Viejo San Juan

La mitad de su vida Teodora vivió en el Viejo San Juan y la segunda en la calle San Jorge en Santurce. Aquí hay una foto de la nena jovencita, con el característico piso en cuadros de ajedrez blancos y negros del Viejo San Juan. Recuerdo que era casi imposible sacarla a la Plaza Colón sin que al menos dos o tres turistas y residentes se acercaran para saludarla, fue una perrita querida por todo el mundo desde el primer día. Cuando Rubén me la regaló tendría cuatro meses y era como un imán, varias veces se me formaban grupos de personas alrededor para verla y agarrarla.

Una de las razones por las que me mudé del Viejo San Juan fue porque ya la Teo estaba grande y como era una perrita pesadita, se le hacía difícil subir los tres pisos de escaleras. Todavía hay gente que recuerda a Teodora allá, luego cuento una anécdota interesante sobre esto.

La Pawtisserie en la vida de Teodora

A los pocos meses de mudarnos del Viejo San Juan a la calle San Jorge, estábamos Teo y yo en el parque que tenemos frente del condominio donde vivo y se nos acerca una simpática persona para saludar a Teo (ya saben como Teo saludaba) para comunicarme que abriría una tienda de pastelerías para perros y gatos justo al lado del parque.

La persona es Mónica Ferrer y su negocio La Pawtisserie, un lugar que Teo y yo visitamos (y yo continuaré visitando) casi todos los días de la semana y no menos de tres veces semanales. Todos los días, tan pronto salía del Parque, Teodora literalmente me empujaba para llegar a La Pawtisserie, donde Mónica la recibía con una galletita siempre fresca. Cuando el negocio estaba cerrado, Teodora como quiera exigía llegar hasta su terraza delantera para asegurarse que el lugar estaba cerrado. Examinaba el portón de entrada, hacía varios ejercicios olfatiles para ver si descubría a Mónica o sus galletitas por allí y nada, cuando ya estaba convencida (convencer a los bulldogs no es fácil) daba la vuelta conmigo y la recibía con una galletita para consolarla.

La Pawtisserie formó parte de la vida cotidiana de Teo durante varios años y era sin lugar a dudas su lugar favorito. En mi casa siempre tuve los saquitos de papel con galletitas, que enloquecían a Teo cada vez que los sacaba de la nevera para darle una.

Una vez en la tienda era casi imposible sacarla y tenía Mónica que abandonar lo que estuviese haciendo para salir conmigo. Esto fue así desde el primer día que la visitamos hasta el miércoles pasado, 23 de septiembre de 2009, cuando a Teodora casi se le cae el collar porque no quería salir de su paraíso.

El café y Teodora

Teodora casi nunca ladraba, pero siempre estaba presente. Todas las mañanas, mientras preparaba el café, ella asomaba la cabeza por una esquina de la cocina para ver lo que hacía. Aunque se trata de una rutina diaria, Teo siempre miraba con gran curiosidad el ritual, los ruidos y la recompensa del aroma del café en la mañana, lo que esperaba, quizás porque sabía que yo no era capaz de desayunar sin que ella hubiese comido, por lo que antes de tomar el café matutino le llenaba su platillo de comida.


El sueño de Teodora


















Teodora, como buena bulldog inglesa, pasaba gran parte del día acostada en sus rinconcitos favoritos del apartamento. Sin embargo, nunca dejaba de acompañarme a mí a o a Rubén cuando estaba aquí. Uno de sus placeres era siempre estar cerca de las personas y aunque dormida, con sus ronquidos profundos, nos acompañaba y dejaba saber que estaba aquí.

Contrario a la mayor parte de los perritos, Teodora me esperaba durmiendo cuando llegaba de la oficina. Para no despertarla de forma abrupta, todo los días la llamaba desde que salía del elevador. Al entrar a la casa, la Teo estaba comenzando a pararse o articulando sus últimos ronquidos para poco a poco recibirme con dos o tres bostezos.

La resonancia de la respiración, los bostezos y los ronquidos de Teo están inscritos en las paredes de mi casa, en los muebles, en la cama, en los libreros y en mi memoria.

Los saludos de Teodora

Teodorita, aunque era muy feliz, a veces se veía melancólica, siempre de mirada curiosa, como pueden ver en esta foto.

Hace poco una colega del estado de la Florida, aunque no lo crean, visitó el Viejo San Juan con su perrita, esta era su primera visita a Puerto Rico, y la paseó por la Plaza Colón. Una señora se acercó para saludar a su perrita, que reaccionó con mucha bondad y cariño. La señora le comentó a mi colega que por allí solía vivir una perrita bulldog, llamada Teodora, que saludaba igual que su can. La colega mía conocía a Teodora porque habíamos intercambiado fotos de nuestros respectivos perritos y de inmediato me llamó para comentarme esta increíble historia.

Teodora saludaba de forma muy efusiva, se lanzaba sobre las personas y le ponía las dos patas sobre la cintura de quien fuera y no se bajaba hasta recibir un cariño en la cabeza. También comenzaba a dar lenguetazos al aire y no descansaba hasta que lograba besar a la persona.